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Fotohistorias: Rostros

 

 

Que la belleza es relativa es una verdad como un templo. Y que, según donde vivas, tu cultura y tu educación, tendemos a asociar determinados rasgos con lo que se e tiende por belleza creo que es algo que no se puede negar.

El concepto de belleza ha ido cambiando (no me atrevo a decir «evolucionando» porque a veces me parece una involución). En la prehistoria, los hombres preferían a las mujeres de grandes senos y caderas anchas, puesto que se asociaba esto a la fertilidad, la abundancia y la capacidad de parir y criar hijos sanos y fuertes.

Si avanzamos en el tiempo, en el Renacimiento lo que triunfaba eran los cuerpos redondeados, de manos y pies finos, piel blanca, ojos grandes y pechos pequeños, véase La Primavera de Boticcelli. Ya con el Barroco vemos caderas caderas más anchas y cinturas estrechas, brazos redondeados y carnosos y pechos resaltados por los corsés. Mujeres con pelucas, lunares postizos, encajes y corsés que siguen asfixiando a las mujeres también en el siglo XIX.

Si nos instalamos en el siglo pasado, hubo de todo: de Elizabeth Taylor, Greta Garbo y Marlene Dietrich a Audrey Hepburn, Marilyn Monroe, Sara Montiel pasando por Ursula Anderss, Bo Derek, Farrah Fawcett y Kim Basinger hasta llegar a Pamela Anderson o Claudia Shiffer y, más cerca, Kate Moss, Angelina Jolie, Jennifer López…

Con todo y con eso, parece que la belleza se puede medir. Dejémonos de subjetividades, de culturas, de sociedades. Las matemáticas se cuelan también en esto para calcular y determinar quién es la más bella. Si la bruja del cuento de Blancanieves hubiera sabido de estos parámetros no le habría hecho falta preguntar nada al espejo.

Vamos a lo concreto: según el estudio llevado a cabo por un grupo de científicos dirigido por el cirujano estético facial Julian De Silva, la modelo estadounidense Bella Hadid, de 23 años, es la mujer con la cara más perfecta del mundo. Lo cuenta el diario El País.

El estudio se basa en la «Relación Dorada de los estándares de belleza Phi». El nombre es fascinante. Es algo que ya utilizaban los antiguos griegos y artistas como Miguel Ángel o Leonardo. Una serie de cálculos matemáticos para obtener unos números con los que medir, esbozar, pintar, aprehender la belleza. Según el cirujano, Bella Hadid fue la clara ganadora con una puntuación del 94,35 %. Es más, su mentón, obtuvo una puntuación del 99,7 %, lo que lo sitúa a tan solo un 0,3 % de ser sencillamente perfecto.

No tengo ni idea de lo que la modelo piensa sobre este estudio y esta puntuación y si habrá servido para apuntalar su autoestima. Porque lo más sorprendente es que esta chica, según se cuenta en la información, hacía solo un año que confesaba estar empezando a sentirse más a gusto con su cara. «Ya he empezado a sonreír», dijo.

Y pienso en todas esas mujeres con las que me cruzo a diario en la compra, en la parada del autobús, en el gimnasio, por la calle… Mujeres que se agarran una coleta y con sus vaqueros o sus mallas se lanzan a vivir el día lo mejor posible. También con mujeres «más arregladas», pero con restos de sueño en la cara u otras que se van maquillando como pueden en el tren camino al trabajo.

Si las miro con los ojos del canon imperante pienso que la mayoría no, no son guapas. No tienen el mentón casi perfecto de Bella Hadid. Pero cuando consigo limpiar mi mirada y posar los ojos desnudos sobre ellas, sobre todas ellas, voy encontrando la belleza en cada arruga, en cada pliegue, en sus ojeras, en su cutis sin maquillar. Me detengo en su piel, no muy diferente a mi propia piel, y leo en ella algunos aspectos de su vida que hacen que me sienta cerca de ellas, ya sean jóvenes o viejas.

Tanto cuando su rostro se acerca a los estándares de belleza Phi como cuando vete tú a saber a qué otros estándares se aproxima, cada rostro tiene su cuota de belleza. No estoy hablando de ñoñerías, de falsa aceptación, de humildad y de corazón que todo lo abraza ni memeces de esas. Estoy hablando de reconocer en cada cara lo bello de una boca, de una nariz, de unas orejas y de unos ojos que cada día ríen o lloran, gesticulan, se adornan con torpeza o con estilo, forman arrugas. Viven. Y en ese latido, en ese vivir, yo encuentro belleza.

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