El sol caía con toda su fuerza sobre la tumbona, pero a cursiva no le disgustaba, es más, le gustaba recibir toda esa luz y ese calor porque decía que le daba un brillo especial y la estilizaba aún más.
Las comillas, sin embargo, descansaban a la sombra de un cerezo. Como eran españolas (aunque la gente las llamaba a veces latinas, angulares o de pico) rehuían el sol fuerte, ya que les quemaba los codos y luego se pelaban, y eso hacía un efecto malísimo.
El recelo entre ellas era tan antiguo que en ocasiones, en tardes como esa, se diluía en la canícula.
Una de las misiones de la cursiva era, al igual que el de las mayúsculas y las comillas, resaltar una palabra o grupo de palabras con un sentido especial. Se trataba de enfatizar, para que quien la leyera o escuchara se diera cuenta de que un determinado término era un neologismo, formaba parte de una jerga o argot o había adoptado una forma incorrecta. También (y esta era una de sus actuaciones favoritas) funcionaba como metalenguaje, área en la que las molestas comillas se inmiscuían de vez en cuando.
Era raro que coincidieran o se combinaran, pero de vez en cuando ocurría que las cursivas, las comillas y las mayúsculas aparecían juntas, lo que causaba una impresión tan desmedida que había quien era incapaz de enfrentarse a los tres titanes juntos y abandona el párrafo o se salía de la reunión.
Las comillas creían que las cursivas eran petulantes, presumidas y vanidosas. Las cursivas, por su parte, aseguraban que a las comillas les gustaba hacerse notar y eran engoladas y cargantes.
Como decimos, de tanto en tanto no les quedaba otro remedio que convivir en un mismo espacio, que podía ser una frase o una piscina.
—Tú sigue tomando el sol, sigue, que te vas a quedar como una pasa —dijeron las comillas, recostadas en el tronco del cerezo.
Cursiva se quitó la pieza de plástico rosa fucsia que utilizaba para proteger sus ojos cuando tomaba el sol y, pestañeando ostensiblemente, contestó:
—No creo haberos pedido opinión y me molesta hasta lo indecible vuestra insolencia.
—Venga, cursiva, deja el disfraz por un rato y suéltate la melena, que estamos en verano. No hace falta que estés todo el día haciéndote la fina y la elegante. Para tu información, ya no estamos en el siglo XIX y, qué quieres que te diga, tú ya no eres tan importante como antes, ¿o es que no te has dado cuenta?
—Sois muy plomizas. Todo el santo día con el mismo discurso y, como sois dobles, pues resultáis el doble de cargantes y en verano os ponéis especialmente quisquillosas. Que seáis cuatro no quiere decir que me amedrentéis, así que seguid, seguid todo el tiempo que gustéis.
—Ay, qué fina se pone la cursiva. Cursi, que eres una cursi. Si es que lo llevas grabado en el nombre desde que naciste.
—Disculpo vuestra ignorancia o vuestro calculado olvido, pero os recuerdo que también se me conoce como itálica, un término maravilloso que se me ajusta como un guante.
—«Itálica, itálica» —dijeron las comillas haciendo notar su retintín—. Menos lucirte, guapa, te recuerdo que también te llaman «bastardilla», que suena fatal.
—No tengo ánimo de encolerizarme, ¿por qué no coges a tus compañeras y os relajáis en el jacuzzi u os tomáis un gin-tonic?
—¿Ves como no puedes parar?
—A priori, ignoro a qué te refieres.
—Y dale. Mira que te pones tonta. Ya lo dijo Albert Camus: «La estupidez insiste siempre».
—No necesito de vosotras, comillas, para responderos con las palabras del gran escritor irlandés Oliver Goldsmith, quien aseguraba que el hombre más necio puede llegar a fingirse erudito por un día o dos.
—Ja, ja. Eres la monda, cursiva, tú da todos los rodeos que quieras para no utilizarnos, pero sabes que nos necesitas. Y qué bien habría quedado tu réplica de ese «gran escritor» —contestaron haciendo su propio gesto de comillas con las manos como si ellas mismas no tuvieran entidad suficiente— si nos hubieras usado. Se llama «cita textual», estilo directo, te lo recuerdo por si lo has olvidado. Mira. Ya lo dijo Oliver Goldsmith: «El hombre más necio puede llegar a fingirse erudito por un día o dos». Queda mucho mejor, no lo negarás. Claro y directo.
—Como sois así de rudas, habéis olvidado, si es que alguna vez lo aprendisteis, la sutileza de lo indirecto, del desarrollo de las ideas, de la recreación per se en la palabra.
—Insiste, insiste. Por cierto, te estás quemando los pies, a ver luego cómo te sujetas y evitas caerte más de lado, que vamos a tener que leerte o hablar contigo con el cuello tronchado.
—Peccata minuta, ahora me pongo un poco de crema de Calendula officinalis mientras sueño con la fondue de esta noche.
—Qué estomagante, no sé ni cómo te aguantas. Estás batiendo tu propio récord, cursiva. Repetimos: «récord», con su tilde en la «e» y su letra redonda, tan sencilla y práctica. ¿Añoras todas esas palabras de las que te han echado a patadas? Los tiempos cambian, cursiva, hazte a la idea. Escucha, escucha: góspel, chárter, taichí, kétchup, blíster, sándwich… ¿Quieres que sigamos?
Cursiva había ladeado la cabeza, acaso para ocultar una pequeña lágrima. Al cabo de unos segundos, se puso sus enormes gafas de sol y volvió a mirar a las comillas.
—Hay cosas que nunca cambiarán y lo sabéis. Mis queridos títulos de libros y obras de arte, los bellos nombres científicos, mis queridas locuciones latinas… Todos conmigo, en itálica.
—Para el carro. ¿O te tenemos que recordar que dejaron de contar con tus abnegados servicios también en algunos de tus «queridos» latinismos?
—No sé de qué me habláis.
—Te hablamos de «per cápita» y de «currículum».
—No seáis ridículas. Sabéis tan bien como yo que «currículum» —dijo haciendo el gesto de las comillas con sus manos en el aire burlonamente— se escribe en cursiva sin tilde cuando le sigue la palabra vitae. Así que lo digo bien alto y claro: curriculum vitae. —Y acto seguido se puso en pie, un poco mareada de tanto sol.
Una pareja de mayúsculas que tomaba el sol cerca de ella la aplaudió tímidamente. Las comillas hicieron como que no se habían dado cuenta y siguieron:
—Bel canto, prima donna, a capela, suigéneris, exabrupto…
—No ataquéis por ahí, comillas. Sabéis tan bien como yo que es perfectamente correcto decir sui generis, con su cursiva bien puesta, y que el sustantivo «exabrupto» (sí, no tengo remilgos para usar vuestras comillas, incluso en función metalingüística) significa ‘dicho inesperado e inconveniente’ o ‘salida de tono’; en cambio, la locución latina ex abrupto, también con su cursiva, quiere decir ‘de improviso o de manera brusca’. No conviene no confundirlo.
—Agárrate a lo que quieras, cursiva, pero te vemos un poco decadente.
—¿Decante? Pero ¿qué decís atontás? Sois subrealistas. A mí sí que me está dando tortículis de miraros.
—Ríete, ríete.
—¡Ah!, mi querida Rayuela, Las Meninas, Cinco horas con Mario, La flauta mágica, El pensador, Ciudadano Kane…
—Que sí, que sí, todos los títulos para ti, no te pongas ansiosa.
—Como vais de dos en dos, qué fácil es ponerse altanero.
Unos chicos se tiraron de golpe a la piscina empapando a la cursiva y a las comillas, que se sacudieron el agua y luego, tras mirarse durante unos segundos, se echaron a reír. Desde el fondo, vieron que se aproximaba, tarde, como siempre, la redonda.
—Ey, chicas, ¿habéis oído eso de «Más vale tarde que nunca»? —dijo marcando la cursiva y haciendo el ya fastidioso gesto de las comillas en el aire.
Cursiva y comillas se dirigieron una mirada cómplice.
—Redonda, o eliges cursivas o comillas para excusar tu demora con el dichoso refrán—dijo cursiva.
—Eso, no seas redundante —confirmaron las comillas—. No se puede estar en misa y repicando.
—¿Qué? —preguntó redonda despistada, acaso porque llegaba demasiado tarde y estaba acalorada.
Cursiva y comillas resoplaron con disimulo, se cogieron del codo y se fueron juntas al bar de la piscina.
—Yo, un gin-tonic bien cargado, por favor —pidió cursiva.
—Que sean dos —replicaron las comillas—. Ya lo dijo Scott Fitzgerald: «Alcohol, esa manera de ver con cristales rosas la vida».
—À votre santé —brindó cursiva.
—Cheers! —contestaron las comillas, guiñando un ojo a cursiva.
Y al caer la tarde, con los efluvios del alcohol y del verano, comillas y cursiva se abrazaron mientras declamaban a todo pulmón «Con media azumbre de vino» de los Conjuros del poeta Claudio Rodríguez.
No siempre hay que estar batallando.