Por las noches pasan muchas cosas. Por la noche uno se duerme y ahí empieza, muchas veces, una verdadera aventura.
Sueñas con algo relacionado con una conversación que has escuchado ese mismo día, o con lo último que has leído antes de quedarte dormido, o con un pensamiento que anda pululando por tu mente… Puede suceder que sueñes todo el rato con una palabra que se repite una y otra vez o con una canción a modo de disco rayado y, entonces, lo mejor que te puede pasar es que te entren ganas de ir al baño para interrumpir esa especie de locura.
A mí, que soy de mucho soñar y de mucho acordarme luego de lo que sueño, lo que más me gusta es soñar con gente que conozco pero que, sin saber por qué, sitúo en otro escenario: una amiga reciente se instala en la casa de mi abuela donde yo pasaba los veranos de pequeña, el farmacéutico aparece en medio de mi familia o de pronto mi hermana vive en San Francisco.
También me gusta conocer gente nueva y participar de su historia como si fuera una actriz en una obra de teatro o en una película, o inventar escenarios increíbles donde pasan cosas alucinantes como ver el interior de una estrella, sentir dentro de mí códigos secretos o visualizar exactamente el punto donde nace algo, un amor, una conversación, un sueño dentro de un sueño… Todos ellos son lugares o espacios poco definidos (casi inexistentes) cuando me despierto, pero vívidos y reales cuando los estoy soñando.
Imagino que, como todos, desdeño las pesadillas, que en mi caso pueden ir desde no atinar a llamar por el móvil a pisar el acelerador en lugar del freno y perder el control del coche, cuando no intentar matar a alguien o que ese alguien trate de matarme, sin llegar a saber nunca el desenlace porque para eso están los despertares.
Últimamente, me desvelo. No podría decir la hora porque nunca miro el despertador. Lo único que sé es que es un tiempo en el que estoy tranquila, tumbada en la cama, y, de pronto, se me ocurre una idea o la solución a un problema, tal vez una nueva manera de mirar algo que me está ocurriendo y que por el día discurre en una sola dirección.
En el desvelo invento relatos, esbozo historias, creo personajes… Escribo frases preciosas o me acuerdo de palabras que me calientan el alma y hacen que el mundo sea más hermoso.
Aparece la magia.
Y todo eso sucede, justo, justo, a esa hora de la noche en que todo está en silencio.