No se me ocurría mejor manera de dar la bienvenida al verano que esta palabra.
«Mador», para mí, es el inicio del verano, los bordes del verano, el perfil del verano.
Esa ligera humedad que cubre la piel sin llegar a ser verdadero sudor representa estos primeros días del estío, donde la contundencia del calor, su pegajosidad y la indolencia que lo acompaña todavía no se han manifestado abiertamente.
Donde resido, el sol empieza a explayarse a sus anchas, como debe ser en esta época, pero la piel, recién salida de una especie de hibernación forzada, está pálida, sensible, templada. No ha habido tiempo ni lugar para almacenar horas y horas de calor, de piscina, de mar, de aceras calientes, de cama desnuda.
Es, por tanto, el momento del mador.
El término es rotundo (diría que hasta cilíndrico) con esas vocales abiertas y robustas y esa erre final que no da lugar a muchas contemplaciones. Si tuviera un color, «mador» sería, paradójicamente, de un tono marronáceo con tintes blancos (una imagen poco veraniega, tal vez) y me sitúa directamente en tierras desérticas con un té moruno muy caliente en la mano. «Mador» es la canción Hafa café de Luis Eduardo Aute.
Frente a esa imagen bien definida, frente a las letras precisas que forman el vocablo, «mador» representa la sutileza. Nada de pieles secas e inexpresivas. Nada de sudor fuerte, aparatoso y molesto, sino una ligera humedad. Ese brillo de la piel que todos conocemos.
Es la piel viva, expresándose con elegancia después de una buena caminata, un feliz encuentro amoroso o, simplemente, apareciendo sin más justificación que su propia vitalidad.
Hace pocos días que «me he echado al mundo». Si soy sincera, no me gustan muchas cosas de las que veo y presiento. Nada de abrazos, menos aún los besos. Habrá quien se sienta cómodo con ello o piense que es necesario. A mí me cuesta. En este verano atípico, el mador asomará a nuestras pieles intocables nada más que en la intimidad.
El cuerpo, sin embargo, no entiende de prohibiciones ni remilgos ni miedos ni precauciones de ese tipo. El cuerpo se expresa libre y en los inicios del verano nos ofrece, con toda su generosidad y energía, el bello mador, brillante, pulsátil, incitante.
Llega el calor y la piel brilla y habla.
Y, a pesar de los pesares, siempre habrá manos dispuestas para una caricia sobre la suave textura y el delicado relieve del mador.