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Detrás de la palabra: Posdata

 

Me costó vencer el pavor que sentía hacia las posdatas, pero desde que lo logré ya nunca he dejado de utilizarlas. Da igual que sea en cartas (pocas, casi no se escriben ya) que en correos electrónicos o en esa excentricidad nostálgica y adorable que son las postales. También cuando escribo notas, por pequeñas que sean, me gusta añadir una posdata. Es como un regalo extra, una dosis añadida de cariño.

Porque yo las posdatas las suelo emplear así, de modo amable, no como mi jefe que, cada vez que me mandaba un correo electrónico, plantaba al final una posdata que yo llegué a denominar «posdatas asesinas», ya que siempre mataban o dinamitaban algo, ya fuera mi tiempo, mi humor o mi salud mental.

Trabajaba en una agencia de seguros y mi jefe, como digo, enviaba muchos correos electrónicos, aunque su despacho estuviera enfrente del que ocupábamos tres compañeros y yo. Él decía que era para organizarse mejor, que así todo quedaba por escrito. Yo no podía evitar pensar en ese dicho de «La letra con sangre entra».

Recibía un correo electrónico donde me daba instrucciones sobre lo que tenía que hacer o cómo debía hacerlo y al final, siempre, surgía la maldita posdata: «Lo quiero para esta tarde» o «Sin demora» o «Hazlo mejor que la última vez» o «Céntrate» o cosas similares. Nunca recibí una posdata cordial, de reconocimiento, de ánimo; ni siquiera una neutra, donde añadiera algo que se le hubiera pasado mencionar en el cuerpo del mensaje.

Nunca pregunté a mis compañeros si ellos también recibían posdatas asesinas porque tenía miedo de saber que yo era la única. Temblaba solo de pensarlo y de quedar en evidencia. Además, eso implicaba que, casi con total seguridad, tendría que mostrarles algunos ejemplos y odiaba pensar que ellos creyeran que esas posdatas eran merecidas o, al revés, inmerecidas y eso supusiera que me trataran con pena.

Lo mantuve en secreto hasta que un día un cliente me contestó a un email en el que solicitaba un presupuesto con una posdata sencilla, pero que me cautivó por dos motivos. Era la primera persona, aparte de mi jefe, que añadía una posdata a su mensaje y, además, esta posdata era cariñosa. No era nada del otro mundo, simplemente decía: «Gracias por su celeridad al contestarme».

Podía haber puesto eso mismo a modo de despedida, pero no. Plantó un PD que al principio me hizo temblar y que luego me reconfortó tanto que imprimí el mensaje y casi lo pego a la pantalla del ordenador para leer esa posdata una y otra vez con el objetivo de recuperar mi confianza en el género humano.

El cliente, con el que intercambié una larga serie de correos electrónicos, siempre escribía una posdata. No hacía falta ser muy lista para darse cuenta de que esos mensaje no eran siempre indispensables y de que las posdatas eran cada vez más cariñosas, sobre todo, desde el momento en que, presa de un rubor absurdo e incontenible, me decidí a incluir yo también una posdata en uno de esos menajes. Decía así: «Gracias por su amabilidad».

Sí, no era nada del otro mundo, pero fue un antes y un después. El cliente, que acabó siendo mi marido, empezó a tutearme desde ese momento y contrató todos los productos habidos y por haber de la agencia.

El día que vino a firmar no hubo necesidad de posdatas. Nos estrechamos la mano, los dos enrojecimos… y hasta ahora. Llegó a ponerse un poco cursi, pero en el amor pasan estas cosas. En un mensaje relacionado con su seguro de vida hizo un juego de palabras un poco tonto, pero que me conmovió: «PD. Este seguro de vida me ha permitido darme cuenta de una cosa: yo sí estoy seguro de querer pasar mi vida a tu lado». Yo no estaba muy convencida de que nuestra relación pudiera funcionar en la vida real, fuera de los emails y las posdatas, pero lo hizo, todavía no sé bien cómo.

No tardé de irme de la agencia y me di el gusto de comunicárselo a mi jefe añadiendo esta posdata: «PD. Sus posdatas asesinas (sí, las llamo así) no han podido con las posdatas amorosas. No le voy a dedicar ni una de las primeras ni una de las últimas, faltaría más. Para mí usted se ha convertido en alguien neutro, como ese color que nadie nota, pero que nadie admira». Aunque, pensándolo bien, no era una posdata muy neutra que digamos.

Ahora, soy incapaz de escribir algo y no añadirle una posdata, aunque no venga a cuento o hubiera podido decir lo mismo sin añadir el PD, pero sé que a la gente le gusta porque es algo romántico, atractivo y un poco anticuado.

 

PD: Era obvio. No podía dejar de incluir una, aunque solo fuera para deciros que os animéis a escribir posdatas de las buenas, ya veréis cómo vuestra vida mejora.

 

 

1 comentario en «Detrás de la palabra: Posdata»

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