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Detrás de la palabra: Recordar

 

 

Recordar es pasar a tener en la mente algo del pasado o tener algo o a alguien en consideración.

Recordar tiene que ver con el pasado, es obvio, pero también con algo que está muy presente, precisamente porque una y otra vez está siendo rescatado por la memoria, ahora, en este preciso instante.

No me gusta recordar parte de mi infancia, cuando íbamos a un bar con la familia y mi padre se enfadaba porque yo, indecisa, no sabía qué refresco elegir. O cuando entraba en clase y la monja fijaba la vista en mí, con su rostro blanquecino mirándome de abajo arriba; menos aún cuando me preguntaba algo y debía responder en voz alta o escribir algo en la pizarra con una tiza que apenas pintaba.

Como no me gusta recordarlo, hago como que no lo he vivido, pero aún así esas escenas a veces burlan el olvido, giran la esquina y me sorprenden un día cuando un olor a sopa escapa de una ventana.

Tampoco me gusta recordar otras cosas, otras muchas cosas. Cosas desagradables como el asomo de la duda con una persona a la que quiero, el miedo a mirar bien adentro, la ira porque la realidad no es como yo quiero… Podría seguir…

Ya no se me revuelve el estómago cuando los recuerdos asoman a traición, tan solo dejan una sombra de tristeza en la boca, a veces de alivio porque eso se me aparece como de otra vida, como de otra persona.

Me sucede con otro tipo de recuerdos, los más dulces, que en ocasiones me resultan ajenos. Asisto a mis propias escenas de felicidad desde la butaca y entrecierro los ojos con pudor, como si fuéramos dos personas distintas y yo no tuviera derecho a fisgar en esa otra vida.

Sin embargo, recuerdo, y recuerdo mucho.

Recuerdo lo que sueño, recuerdo tu mirada, recuerdo el abrazo de una amiga, el olor de la lavanda, tu voz a media tarde, el sabor de tus labios cuando sales de la ducha… Recuerdo los versos de García Montero: «Si el amor, como todo, es cuestión de palabras, acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma».

Recuerdo el día que bebimos tanta cerveza, un desayuno que se alarga hasta las dos de la tarde, el escalofrío cuando me acaricias la espalda. El dolor de mandíbula de tanto reírme, el color del cielo en primavera, el tacto de las nubes, cómo suenan tus pestañas. El aroma de mandarina en mis dedos, la nota que me escribiste, la foto haciendo el loco todas juntas, las lentejas de mi madre, la forma de tu abrazo en el templo…

Recuerdo la aurora boreal que me regalaste, un cuaderno, el inicio de una historia, las mentiras que dije, el silencio tras las preguntas, cómo suena mi corazón, la luz que me recorre por dentro, el olor de la crema para el sol, el sonido de las llaves cuando entras…

Los recuerdos son casi eternos, porque, además, a veces los inventamos o de un mismo recuerdo creamos mil variantes. Podría seguir recordando todo lo que quiero recordar y todo lo que no quiero recordar.

Los recuerdos son así, brotan inesperados o rescatados. A veces reconfortan, a veces asustan. O te hacen apretar fuerte los ojos o abrir bien grande la boca. Aceleran tu corazón o te paralizan en medio de la acera. Son libres, son dirigidos, son domesticados, son rebeldes. Te obedecen y hacen lo que les da la gana.

Brotan, se esconden, brincan, te tapan, gritan, susurran, desaparecen, atraviesan tu sonrisa, mojan tus ojos, hacen que te pique la piel. Van rectos, dibujan curvas, hacen ruido o se evaporan, dejan rastro o simulan que no existen. Se inventan, se reinventan, se disfrazan, se desnudan, te desnudan…

«El verbo “recordar” lleva dentro la palabra “corazón”». Lo leí una vez y quedé asombrada. Viene del latín recordari y se compone del prefijo re- y el elemento cordari formado a partir de cor, cordis, que significa «corazón».

Lo explica bellamente Alberto Bustos en su Blog de Lengua. También cita a Ortega y Gasset: «El yo pasado, lo que ayer sentimos y pensamos vivo, perdura en una existencia subterránea del espíritu. Basta con que nos desentendamos de la urgente actualidad para que ascienda a flor de alma todo ese pasado nuestro y se ponga de nuevo a resonar. Con una palabra de bellos contornos etimológicos decimos que lo recordamos, esto es, que lo volvemos a pasar por el estuario de nuestro corazón».

Y así, me quedo más tranquila. Me tapo hasta la barbilla y paso toda mi vida, todos mis recuerdos por el corazón, que me devuelve un latido. Tan antiguo, re-cordado, y tan nuevo. Un latido conocido e inesperado, único, completo y pleno.

Cor, cordis.

El corazón.

 

 

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