«A la remanguillé». Escuché esta expresión el otro día en la retransmisión de la final del Mundial de Baloncesto que disputó España contra Argentina. Un jugador argentino, sometido a la presión de España, hizo un tiro un poco forzado, el balón no entró y el comentador dijo que lo había lanzado «a la remanguillé».
No pude por menos que sonreír, claro. Hacía mucho, pero que mucho tiempo, que esa locución no se cruzaba en mi vida. Son de esas expresiones que se van quedando viejunas por falta de uso, pero que a mí me encantan y cada día disfruto más de estos hallazgos de la lengua española. Bueno, más que hallazgos, encontronazos, como cuando un día vas por la calle y, al doblar la esquina, te das de frente con una amiga a la que hacía mil años que no veías.
Las dos os miráis sorprendidas y un poco extrañadas, sonreís y, aunque os encontráis cambiadas, con más arrugas y alguna cana que no ha dado tiempo a teñir, os cogéis de las manos gustosas, incluso os dais un largo abrazo porque a pesar del paso del tiempo os reconocéis perfectamente.
Algo así me pasó a mí el otro día con «remanguillé». Casi llegué a imaginarme la palabra en color sepia o con esos tonos un poco deslucidos de las fotografías analógicas. Sí, analógicas, amigos. Hay quienes hemos vivido esa etapa del carrete, que, por lo que veo, está teniendo un cierto revival.
«A la remanguillé» no solo significa de manera descuidada y desordenada, sino de forma inadecuada. Por ejemplo: se fueron a la remanguillé. Conozco a muchos que actúan así en la vida. Están en una fiesta, en una reunión, en una charla, en un grupo de WhatsApp… y de repente desaparecen sin decir nada. Nadie sabe dónde están, por qué se han ido, a dónde. Reconozco que es una manera fácil de escurrir el bulto o de evitar tener que dar explicaciones o justificarte (cuando piensas que debes justificarte).
Yo, como soy de las que a veces piensan que deben justificarse o dar algún tipo de explicación, no consigo hacer esto de marcharme «a la remanguillé» por muchas ganas que me entren de vez en cuando.
En realidad, me he quedado corta en lo de que se largan de una fiesta o un encuentro. Hay quienes también se van a la remanguillé de una relación. Un día, de pronto, te encuentras con las sábanas arrugadas, la taza del café con leche sin fregar, la luz del baño encendida y ningún alma que respire tu mismo aire. Ni una carta de despedida, ni una explicación… ninguna pista. Nada. Se ha marchado. Ha huido. Simplemente no está. Lo ha hecho a la remanguillé, es decir, de forma inadecuada. O, como dice el María Moliner, sin cuidado, chapuceramente.
No solo se comportan así las parejas y los amantes, también hay amigos que salen de tu vida por la puerta de atrás, en silencio, cuando tú estás distraído mirando la puesta de sol o rellenando unos cuestionarios. Da igual. Ellos saben perfectamente cuándo deben marcharse para que tú no te des cuenta. No necesitan demasiadas estrategias, sino que tienen una especie de don para aparecer y desaparecer cuando a ellos les interesa.
Tú, normalmente, te quedas con cara de bobo mirando para todos los lados, no sea que ese alguien esté escondido detrás de una columna para darte un susto o gastarte una broma. Miras y miras en derredor hasta que tu perplejidad hace que empieces a hacerte muchas preguntas en tu cabeza que, por supuesto, el otro o la otra ni se ha planteado. Después de darle vueltas y más vueltas a lo mismo, empieza el cabreo. Despotricas, insultas, haces sangre contra ese o esa que se ha ido así, de malas maneras…, pero no sirve para nada más que para hacerte más grande la herida. Luego, algunos consiguen perdonar o aprender algo del asunto.
El término revolotea libre por internet hasta que una página, casi cuando me estoy despidiendo cordialmente de la locución, ofrece una teoría (que no se puede documentar), pero que resulta graciosa.
La página Emitologías dice que el protagonista del origen de esta expresión fue un tal Mangugliè du Soissons. Tras la muerte de Guillermo II, rey de Sicilia, se creó un vacío de poder que en principio se cubrió con la regencia de su tía Costanza. Sin embargo, una parte del ejército francés no veía con buenos ojos esta regencia y decidió elegir otro rey por su cuenta, concretamente a Mangugliè, primo lejano de Guillermo II y el general con mayor carisma entre la tropa.
Parece que Manguglié presentó batalla a Costanza y a su marido, el alemán Enrique VI Hohenstaufen. En la batalla de Trapani, Mangugliè planteó una táctica que no solo se demostró ineficaz, sino que además le hizo pasar a la historia dando origen a la expresión «a la remanguillé». Manguigliè decidió tender una emboscada al ejército germano a las afueras de Trapani, mandando al frente una pequeña parte de sus tropas para después atacar con el grueso de la caballería por la espalda de los hombres de Enrique VI. La táctica fue un fracaso total, ya que las tropas que salieron al encuentro de los germanos fueron aniquiladas enseguida, por lo que cuando llegó Mangugliè con la caballería Enrique VI se había parapetado en la ciudad y no tuvo problemas para detener el ataque normando, contraatacar y destruir el ejército de Mangugliè.
Según cuenta la página de Emitologías, «la maniobra fue enseguida motivo de burla, por lo que en Sicilia comenzó a utilizarse la expresión alla re Mangugliè (“a la manera del rey Mangugliè”), que significaba exactamente lo mismo que hoy, una maniobra difícil para hacer algo, sin que llegue a buen fin».
Bueno, para mí esta definición no es del todo exacta, pero la anécdota tiene su gracia. Ciertamente, cuando las cosas se hacen a la remanguillé no suelen acabar bien, pero nunca he pensado que implicara cierta dificultad en su ejecución.
A ver si es que, a estas alturas, resulta que esos que abandonan a las parejas o a los amigos a la remanguillé también han estado debatiéndose, han escrito cartas y las han roto o han dejado fregada la taza del café, pero en el último momento han estado a punto de arrepentirse de lo que estaban a punto de hacer y se han preparado otra taza… O han dado vueltas y más vueltas a la cama hasta dejar arrugadas las sábanas al otro lado de la cama.
En fin, como suelo decir, la naturaleza humana es algo tan fascinante que nunca deja de sorprenderme y hace que muchas conclusiones que saco se queden a medio gas, cuando no se hacen añicos directamente.
Antes de acabar, otra teoría que he leído. Dice Carlos Alejo que, partiendo de la base de que a finales del siglo XIX y principios del XX el francés ejercía mucha influencia en el español, «la terminación en “é” no es más, en el caso de remanguillé, que una chufla de dicho idioma, un modo de hacer festiva una palabra asemejándola a otro lenguaje», como otros términos como matiné, cabriolé, virulé, etc.
Pero ¿cuál es la palabra que dio origen a remanguillé? Podría venir de «remangar», levantar, recoger hacia arriba las mangas o la ropa. «Si vas con las mangas o la falda remangada es que estás haciendo algo peliagudo y no quieres que se te ensucie la ropa. Ir remangado implicaría no ir correctamente vestido, por lo que la palabra da la imagen de descuido», dice Alejo.
Sea como fuere, hoy le damos todo su espacio y toda nuestra atención a este vocablo con olor a patio de corrala o a novela de Camilo José Cela.
Yo sí me despido de vosotros, queridos lectores… hasta las siguientes palabras.