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En los días raros

En los días raros, la vida se pone las zapatillas de lana y se desliza silenciosa, uno siente que sucede algo extraño… y empiezan a pasar muchas cosas.

El silencio, por ejemplo, se despereza, abre los brazos para estirarse a gusto y, de hecho, se estira tanto que uno no está acostumbrado y necesita a toda costa oír algo. Es más fácil oír que escuchar. Escuchar el silencio de fuera y el propio silencio no es apto para todo el mundo, parece, porque cuando se hace el silencio en las calles, en las casas, en las habitaciones y en las mentes surgen un montón de voces que no son sino nuestra propia voz, tan clara que hay que pararse y sentarse un rato porque lo que dice a veces no gusta.

Y, entonces, en los días raros, sucede que todo se ralentiza, y se ralentiza tanto que llega un momento en que todo se detiene y no queda otra que parar.

Si cogemos ese silencio y ese parar y lo sumamos surge, en los días raros, una nueva forma de ser y de estar que puede resultar tan desconocida que hay quien piensa que lo mejor es mirar para atrás para recordar lo que hacíamos ayer, antes de ayer y el año pasado. Cuando lo recordamos, tratamos de hacer lo mismo, pero comprobamos (con desilusión o con asombro o con rabia o con alivio) que ya no funciona o no funciona igual.

El silencio puede llegar a ser muy molesto, a muchos les parece una niebla densa, por eso hay quien decide dejar de escuchar las palabras que el corazón traduce en cada latido y empezar a oír otras palabras. En los días raros, ponemos la tele y nos conectamos a las redes y escribimos y recibimos mensajes y vemos vídeos, componemos opiniones, ofrecemos teorías y argumentamos con datos e informaciones. Que la información no falte. Nos asomamos a la ventana o salimos a la terraza para ver y que nos vean, para seguir haciendo y no perder la ilusión de que el horizonte sigue estando ahí, en el mismo sitio, sin darnos cuenta de que el tiempo fuera del tiempo está dejando caer, con el paso de las horas, precisamente eso que no era más que una ilusión.

En los días raros, el espacio parece encogerse y constreñirse y por eso es mejor estar ocupado. Hay muchas recetas, todas igual de válidas: seguir una rutina o no seguirla en absoluto (para eso son días raros), hacer deporte o descansar, comer, cantar, cocinar, limpiar, ordenar, dibujar, bailar, oír, ver, hablar o, simplemente, parar y respirar, conversar, intercambiar, parlotear, escribir, procesar o retirarse un poco y contemplar.

La vida, aunque se haya puesto unas zapatillas de lana, continúa caminando, aunque sea más despacio, sin hacer ruido, ensayando nuevos pasos y explorando caminos desconocidos.

Hay, en los días raros, quienes se dejan mecer por la incertidumbre y la duda y se calzan también unas zapatillas de lana para no molestar; dan un paso y después otro y, entre medias, se permiten descansar.

Hay quienes tienen mucho miedo y también quienes reconocen que tienen miedo y optan por quedarse únicamente con cada segundo y comprobar qué les ofrece el siguiente instante de un tiempo y un espacio nuevos.

Cada uno tiene su fórmula, sus palabras, sus pensamientos, su hacer.

Sea lo que sea lo que hagamos, en los días raros todo es viejo y nuevo a la vez. Un código que puede llevar tiempo descifrar porque no es fácil dar con la clave a la primera.

Mientras, el latido continúa sonando, suave, fiel al compás del corazón. Y al abrir la ventana para ventilar, cada mañana los pájaros nos siguen regalando su canto.

2 comentarios en «En los días raros»

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