Hay un fenómeno que me encanta. Se llama Fata Morgana. Nunca lo he podido ver, como tantas otras cosas. Mi vida en el pueblo se reduce, básicamente, a madrugar mucho para preparar el pan y los bollos en el obrador, a echarme la siesta (da bochorno decir a qué hora me levanto), dar un pequeño paseo con mi galga Chusa y leer antes de mi cena temprana. De vez en cuando me tomo algo con los amigos, porque lo de Lucía ya lo he dado por perdido.
Sería un milagro que en mi pueblo de la meseta castellana viera yo algún día algo parecido a una Fata Morgana, aunque hay días en que la luz se desdibuja tanto y se transforma de tal manera (sobre todo al amanecer y a última hora de la tarde) que es un auténtico espectáculo que te secuestra la mirada.
El efecto Fata Morgana se llama así porque viene del italiano fata Morgana o, lo que es lo mismo, hada Morgana, en alusión a la hermanastra del rey Arturo, de quien dicen que era poderosa hechicera. Esto lo averigüé después, claro.
Se trata de un espejismo, una ilusión óptica, que se debe a una inversión de temperatura y que hace que veamos objetos que están el horizonte, como barcos o islas, como si estuvieran flotando. Creo que en Sicilia se da de una manera espectacular.
Aquí, donde el horizonte es más ancho que en ningún otro lugar y donde todo es demasiado plano, demasiado abierto, demasiado vasto, algunas veces he creído captar esa sensación, a pesar de que, por encima, no había nada «flotando».
—Pasas demasiado tiempo solo —dice Lucas.
—Y te has rendido muy pronto con Lucía —sigue Manu.
—Tienes que beber y follar más —sentencia Luis.
Yo solo sonrío. Sé que en parte tienen razón, aunque por otro lado soy consciente de que se pierden muchas cosas porque no observan, no miran, no escrutan, no escuchan, solo hacen y hacen.
—Lo que tú quieras, pero yo no alucino como tú, colega —dice Lucas.
—Tanta luz y tanta hostia, ve a por Lucía, coño —sigue Manu.
—Tienes que beber y follar más —sentencia Luis.
Luis siempre sentencia lo mismo, aunque no sé si a él le va muy bien porque tiene la cara gris y alargada, como si fuera una figura de El Greco. Antes estaba más relleno y sonrosado, de hecho, lo llamábamos Porky, aunque de eso hace ya muchos años. Igual también era una ilusión.
Vi lo de Fata Morgana en un documental y no podía apartar la vista de la pantalla. Realmente parecía que el barco estaba flotando, como si estuviera suspendido en el cielo. Antaño, en la época de la colonización europea de América, los navegantes creían que eran imponentes barcos fantasma, sin comprender que se trataba de sus propios navíos, y que eso significaba algún tipo de maldición o hechizo.
Ahora ya hay una explicación científica sobre este efecto. Cuando los rayos de luz, originalmente rectos, atraviesan la atmósfera o cualquier masa de aire, su trayectoria varía y se tornan curvos. Este fenómeno, llamado refracción, es el que genera ciertos efectos visuales. Uno de los elementos que altera la dirección de los rayos solares es la temperatura de la capa de aire (más densa cuanto más fría). Un espejismo ocurre cuando un rayo solar atraviesa primero una capa de aire de baja temperatura (capa superior) y llega luego a una capa de mayor temperatura (capa inferior).
Esto lo leí en un artículo cuando me puse a investigar sobre este fenómeno tan cautivador. Es un espejismo superior, similar al que se produce sobre los campos nevados. También hay espejismos inferiores, que son más habituales y crean ilusiones ópticas en carreteras con el asfalto muy caliente o en el desierto, por ejemplo.
—Tú lo que tienes es una tontería superior, amigo —dice Lucas.
—Con Lucía ibas a tocar el suelo pero que bien. Tú insiste —sigue Manu.
—Tienes que beber y follar más —sentencia Luis.
Algunos amaneceres, cuando hago una pequeña pausa en el obrador, me quedo mirando fijamente el horizonte. Hay días que lo comprendo, que acepto que realmente ese horizonte es así de desnudo, vago y difuso, y otros en los que no sé por qué trabajo en el obrador, por qué no agarro de la mano a Lucía y la beso en los labios hasta que todo deje de estar borroso y tome una forma exacta y precisa.
Hay días en los que apenas siento el latido de mi corazón y otros en que salgo a pasear con Chusa y noto el crujir de las ramas secas bajo mis pies de tal forma que todo es más real que nunca.
—Un día te voy a tener que dar una leche a ver si espabilas —dice Lucas.
—Mira, Lucía flotando allá lejos —se ríe Manu.
—Tienes que…
Fata Morgana. De ilusión también se vive, o eso dicen.
Será que me he sumergido en el espejismo, pero qué real resulta lo que tus palabras imaginan. Otro viernes con regalo, poco más se puede pedir.