Un equipo internacional de astrónomos ha obtenido la primera fotografía de un agujero negro. Se trata de un agujero negro supermasivo (6.500 millones de veces más masivo que el Sol) en el corazón de una galaxia distante, a 55 millones de años luz de nuestro planeta.
Eso que ves en la imagen es más grande que todo nuestro sistema solar.
Hay un umbral alrededor del agujero negro llamado horizonte de sucesos. Es el punto de no retorno, más allá del cual es imposible escapar de sus efectos gravitacionales, es decir, la gravedad es tan extrema que nada, ni siquiera la luz, puede escapar. Los científicos dicen que, aunque se trata de objetos relativamente simples, los agujeros negros plantean algunos de los interrogantes más complejos sobre la naturaleza del espacio, del tiempo y de nuestra existencia.
Los científicos dicen: «Es un absoluto monstruo».
Yo leo con sumo deleite estos y otros términos. Todos me subyugan, me atraen, me embelesan.
Me intriga cada vez el tema de los agujeros negros. Como no sé exactamente de qué estamos hablando investigo un poco y localizo una información de la BBC donde el cosmólogo Andrew Pontzen dice que un agujero negro es «esencialmente un montón de materia apeñuscada en un espacio tan pequeño que nada puede salir, ni siquiera la luz». «Apeñuscada», me gusta esta palabra. El cosmos y yo empezamos a entendernos.
El físico Kevin Pimbblet señala que, si nos encontráramos cerca de uno de estos agujeros, nos estiraríamos como un espagueti debido al gradiente de gravitación que pasaría por nuestro cuerpo, es decir, nuestras diferentes partes experimentarían grados distintos de esta fuerza y eso haría que nos alargáramos y estiráramos hasta parecernos a un espagueti. Si sobreviviéramos a esta espaguetización, nos encontraríamos con una pared de fuego que nos freiría como a una patata, dice Andrew Pontzen.
«Espagueti», «freír», «patata»… Estos términos, más al alcance de mi comprensión, hacen que sienta cierta simpatía por el agujero negro. Tan estudiado, tan analizado, ahora tan fotografiado, tan misterioso y, al mismo tiempo, tan ordinario.
De todas las explicaciones de los expertos, me sigo quedando con lo de «agujero negro supermasivo», «horizonte de sucesos» y «efectos gravitacionales». Pero hay unas palabras que resuenan una y otra vez en mi cabeza: «Es un absoluto monstruo». «Es un absoluto monstruo».
¿Es un monstruo absoluto? Un hombre frente a la inmensidad del universo. Un planeta flotando en medio de algo que se acerca a lo infinito. Un sistema solar que se cree el centro de todo. Una galaxia llamada Vía Láctea para sentirnos cómodamente instalados.
Al igual que a los científicos, astrólogos, astrónomos, físicos y la gente normal y corriente como yo, a mí gustaría saber qué más planetas, galaxias, entidades y sistemas pueblan el universo. Cierro lo ojos y me imagino flotando allí, en ese espacio inmenso, infinito, observando sustancias, luces, masas, dimensiones…
Al cabo de un rato, bajo otra vez a la Tierra, a mi habitación, a mi mesa de trabajo, a mi cama. «Es un absoluto monstruo». No leo periódicos, no veo telediarios, no consumo desgracias. Eso sí es monstruoso. Prefiero vivir desde otro punto, apoyar mis pies en el otro lado de la balanza. A veces, hasta consigo estar en equilibrio. Y, cuando lo logro, me gusta mirar al cielo y sonreír a las estrellas.