Corazón de una ballena azul
El ideograma del corazón es, hoy día, un símbolo universal que representa el amor.
Pero ¿cuál es el origen de este símbolo? Hay varias hipótesis. Lo que sí está claro es que hace ya miles de años en lugares como China, Japón o India ya sabían que el amor nacía del corazón o, mejor dicho, del chacra que está ahí situado. En cuanto al símbolo propiamente dicho, se habla de que está relacionado con la planta Silphium, originaria del norte de África, que se usaba en el Antiguo Egipto, donde aparece representada en vasijas de cerámica. Más tarde, esta planta también fue utilizada en la Antigua Grecia, en la colonia de Cirene, donde se hallaron unas monedas con figuras parecidas a lo que hoy todos conocemos como el símbolo del corazón. Los griegos empleaban el silfio como condimento, pero también como anticonceptivo y de ahí que lo asociaran al sexo y más tarde, al amor.
Pero no vamos a adentrarnos por ahí en esta entrada, sino por cómo se ha llegado a esta representación del corazón (de hecho, el emoticono del corazón rojo y el de la cara sonriente con ojos de corazón son de los más utilizados después del de llorando de risa, que ocupa el primer lugar) a partir de un órgano que hoy conocemos tan bien, así como palabras relacionadas con él como como «ventrículo», «aorta», «aurícula», «sístole» o «diástole». Mi favorita, en cualquier caso, es latido. El sonido que marca el sentido de la vida.
He observado mucho la imagen que acompaña esta entrada. Es el corazón de una ballena azul. Pesa 200 kilos y fue extraído de un ejemplar que apareció muerto en la costa de Newfoundland, Canadá, en 2014. La ballena azul es uno de los animales más grandes del mundo. Puede llegar a medir entre 24 y 30 metros de largo y pesar más de 120 toneladas. Así como su cuerpo es gigante, sus órganos también lo son.
No puedo dejar de preguntarme: ¿Cómo deben de ser los latidos de una ballena azul? ¿Cómo debe de palpitar un enorme corazón de 200 kilos en medio del océano?
De todos es sabido que el canto de las ballenas tiene una frecuencia especial (entre 15 y 25 hercios) que convierte ese lenguaje en algo fascinante. Lo cierto es que los científicos se han dado cuenta de que en los últimos años el canto de las ballenas azules está cambiando y se está haciendo cada vez más grave. Lo achacan a la contaminación sonora, al calentamiento de las aguas o al interés reproductivo de los machos (explican que, como las ballenas se están recuperando, hay más competencia y los que más éxito tienen son los que cantan en tonos graves).
Independientemente de cómo varíe la frecuencia de su canto, las ballenas son seres extraordinarios, lo mismo que su fabuloso corazón, que poco tiene que ver con esa sencilla representación roja a la que estamos acostumbrados. Parece que tampoco estamos muy habituados a nuestro propio corazón, como si diéramos por sentado que es algo que está ahí sin percatarnos de su forma, de su labor callada y necesaria, vital.
¿Acaso sería bueno revisitar nuestro propio corazón? Sentirlo en silencio, apreciar cada latido, y hacer que funcione lo mejor posible… Y no hablo solo de salud, sino de permitir y hacer que el corazón haga lo mejor que sabe hacer: dar y recibir amor.
¿Cuánto amor habrá dado esa sensacional ballena antes de aparecer en las costas canadienses? ¿Cómo habrá palpitado ese enorme corazón, tan bello, sintiendo el calor de otra ballena? Escuchad si tenéis ocasión el canto de las ballenas. Luego cerrad los ojos e imaginad su corazón latiendo, su corazón sintiendo. Lo sé: os habrá aparecido una sonrisa en la cara.
La sonrisa ha aparecido, y el eco del latido de tus palabras. Todo corazón.