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Fotohistorias: El puente y el agua

 

 

Se trata del puente Rakotzbrücke, escondido en mitad del frondoso parque Kromlauer en Alemania.

La imagen es tan bella y tan perfecta que hipnotiza. En un primer momento, no sé si atender al círculo que hace el puente con su reflejo en el agua, prestar atención a la forma en la que luz aparece o quedarme mirado a ese hombre que está a la vez en movimiento y estático.

La composición es tan rica y poderosa que cuando la observo por primera vez los ojos se me llenan de luz y armonía, de un instante perfecto que contiene muchas de las cosas que me gustan: el agua, el cielo, los árboles, los puentes, el silencio, la luz… Pienso en el hombre que va en la canoa, navegando por el río, acaso sin ser consciente de estar en medio de un círculo perfecto cuando alguien ha captado el momento justo en el que el remo parece que se mueve, pero que, de alguna manera, está perfectamente quieto.

Creo que lo que más me asombra (después de no poder apartar la mirada de ese círculo de puente y agua) es la ausencia de señales de movimiento en el lago. Como si ese hombre se deslizara de una forma mágica por el agua, apenas sin tocarla ni crear la más mínima turbulencia o una pequeña onda en la superficie.

Todo en la imagen induce a la calma, a simplemente respirar despacio para que nada se mueva, ni los árboles, ni el agua, ni el hombre, ni las nubes. Como si estuvieras realmente allí, impregnándote de ese espectáculo de naturaleza y arquitectura, pero al mismo tiempo estuvieras contemplando una postal que una amiga te ha mandado de unas vacaciones especiales.

Ignoro quién es el autor de la imagen, qué estación de año es, qué hora del día… Solo sé que me atrae tanto esa perfección como pensar qué pasaría si, justo en ese momento, la canoa del hombre se desequilibrara y empezara a tambalearse. O si un pájaro pasara volando y dejara caer un pequeño excremento. O si la cabeza de un pez surgiera para romper la perfecta lámina del agua. O si, de repente, empezara a llover. O un niño empezara a tirar piedras…

No sé, podrían suceder muchas cosas que rompieran ese instante mágico, esa perfección tan bella, para crear otras imágenes igual de hermosas en las que ese elemento que alterara la quietud, ya fuera una piedra o el hombre moviéndose «de verdad», se convirtieran en algo molesto, en algo que, al observar la imagen, dijeras: «Qué bonita podía ser esta fotografía si no apareciera la mano de ese niño» o «La imagen sería perfecta si el hombre estuviera justo en medio del círculo, no tan adelantado».

Podría haber muchos y variados elementos discordantes que crearan ese efecto de imperfección, de molestia, y, a la vez, dieran autenticidad al momento. Como si no estuviéramos viendo una imagen de la vida, sino la vida misma.

En el caso de esta fotografía, me atrapa justo eso. El equilibro justo entre la perfección y la espontaneidad, porque el hombre parece que avanza lentamente, absorto en su paseo, cuando se ha hecho la fotografía. Igual no es así y estoy confundida y todo ha sido pensado y planificado, pero eso es lo de menos. Lo único que importa es lo captado y lo que eso hace sentir.

Como no conocía este puente, busco un poco de información. El Rakotzbrücke se encuentra en el parque de la azalea y del rododendro Kromlau, ubicado en el municipio de Gablenz, a tan solo seis kilómetros de la frontera de Alemania con Polonia. Fue construido hace doscientos años y desde hace tiempo atrae a miles de turistas de todo el mundo por el hermoso efecto de genera la refracción en el agua.

Lo llaman también el Puente del Diablo porque lograr ese círculo perfecto entre su propia forma y su reflejo en el agua parecía cosa de magia, obra de satanás. Al principio nadie conseguía entender que se hubiera creado algo tan perfecto y que una construcción tan delicada se mantuviera en pie.

Está prohibido transitar por el puente, pero el lugar debe ser maravilloso. El parque que Friedrich Herrmann Rötschke comenzó a crear en 1842 se llena de todos los colores e, imagino, de todos los aromas. Por las imágenes que veo, el lugar se inunda del amarillo de las hojas de tulíperos en el otoño y de los colores vibrantes y poderosos de los rododendros y las azaleas en la primavera. Cerca hay, además, un estanque de nenúfares.

Qué más se puede añadir. Que es un lugar para soñar, para llenar la mirada y dejar que lo observado vaya bajando por todo tu cuerpo hasta formar parte de cada una de tus células. Me gustaría poder visitarlo algún día. Me gustaría estar allí sola para observar ese círculo perfecto en silencio, en quietud.

No debe de ser fácil. El lugar se ha convertido en una celebridad en Instagram. Como sucede en las redes sociales, las imágenes captadas (y muchas veces tratadas) son, en muchas ocasiones, más bellas que la realidad. De hecho, he consultado otras imágenes posiblemente más bonitas que esta del puente Rakotzbrücke en las que la luz es casi como un milagro al rozar el agua o el juego de colores y perspectiva es, sencillamente, una obra de arte.

En este caso, creo que, aunque no seas fotógrafo ni instagramer ni nada de eso, el lugar es perfecto, independientemente del ángulo, de la luz, de si sale alguien o no.

A mí me gustan ambas cosas. Me gusta lo perfecto y lo imperfecto, si por «imperfecto» entendemos todo aquello que puede descuadrar una composición. La quietud y la onda en el agua. El silencio y el alboroto de un niño. La luz posándose en el lago y la caída de la noche.

Sea como sea, el puente y el agua son dos elementos que han hecho un pacto para ofrecernos algo tan fascinante, sencillo y mágico como el misterio del círculo perfecto.

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