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Fotohistorias: Gentes

 

Hay cosas que me sorprenden. Resulta que el otro día me entero de que se puede ir de visita guiada a Amazon. Sí, Amazon. Ese ente interdimensional que casi todos utilizamos cada vez más para comprar más cosas y cosas más variadas.

Lo anuncian como si fuera una especie de parque temático, como quien visita Disney. El tour es gratuito. Te lo dicen para que veas su generosidad. «Descubre la magia que se pone en funcionamiento cuando haces clic en “comprar” en Amazon.es visitando uno de nuestros centros logísticos y viendo de primera mano cómo cumplimos las promesas con los clientes».

Las «promesas» son, evidentemente, nuestras compras. Parece que quieren eludir el término, no debe quedar bien hablar de comprar y vender por si eso choca con la imagen de Papá Noel o Reyes Magos del capitalismo más moderno. Pide y tus deseos serán concedidos. Así es. Y si tienes la opción Prime, más rápido todavía.

Nosotros pedimos. Amazon cumple sus promesas. Amazon nos lleva de excursión para que veamos cómo obra su magia potagia. Qué cosas… No sé si los trabajadores estarán obligados a saludar a los visitantes con la mano y a sonreírles mientras manipulan todas nuestras cajas y nuestros paquetes.

En la imagen, que proporciona la propia compañía, se ve a un hombre ante un pequeño grupo. Todos llevan auriculares y todos parecen contentos. Hay niños, porque este tour es como Disney, apto para todos los públicos.

Más cosas sorprendentes: una mujer a quien lo que más feliz hace es recibir un paquete de Amazon un día sí y otro también celebra su cumpleaños soplando las velas de una tarta que su marido ha encargado especialmente para ella. Es una tarta con la forma exacta de un paquete de Amazon. Ella sonríe feliz por ese detalle de su marido, quien, a su vez, parece feliz de complacer a su mujer. Ella está encantada, el culmen del romanticismo. A él le parece perfectamente normal el ansia compradora de su mujer, pero no vamos a entrar a juzgar, que todos sabemos que los equilibrios y los pactos en una pareja pueden ser de lo más extraños.

Siempre me sorprenden y me llaman la atención las cosas que otras personas hacen encantadas y que a mí no se me pasan por la cabeza. Suelen ser actos gregarios, actos de multitudes que acuden a la llamada de algo que a mí no me «llama». Es una especie de vibración general que resuena en un tipo de personas, algo que las une, aunque eso que las vincula sea, por ejemplo, algo tan estrambótico como acudir en masa a la inauguración de la primera tienda física en Europa de otro ente interdimensional como es Aliexpress.

No estoy hablando de unos cuantos, ni siquiera de unos cientos. El pasado mes de agosto unas 3 000 personas colapsaron la entrada de la tienda en la localidad madrileña de Arroyomolinos. El gigante chino dedicado a productos de bajo coste había hecho mucha publicidad y anunciaba regalos. Cuando vi la foto, tengo que reconocer que me recordó a algo que se ha quedado viejo: las aglomeraciones que se formaban el primer día de las rebajas de El Corte Inglés y las señoras se peleaban por entrar las primeras. No daban nada. No había regalos, pero parece ser que las que lograban estar en cabeza se hacían con los mejores chollos.

Uno de los asistentes a la inauguración, que tuvo lugar el domingo, llevaba allí acampado desde el viernes. Nada más abrir sus puertas fue aclamado y vitoreado por los trabajadores de la tienda. Eso sí, consiguió un móvil. Chino, por supuesto.

Hay otras multitudes. Las que, por ejemplo, se desplazan por todo el mundo movidas por el deporte. Puede ser fútbol o baloncesto o rugby, por ejemplo. Ver en Japón a gente de tantos países con las camisetas de sus equipos es algo que no dejaba de chocarme en este viaje que hemos hecho. Otro más de los contrastes de este país: el silencio y la actitud comedida nipona frente a la algarabía, cánticos y gritos de los europeos, sobre todo. Miles de personas, también, como aves migratorias.

A veces surgen milagros. De los tours de Amazon y la inauguración de megatiendas se puede pasar a algo asombroso y bello como es ver a cientos de personas congregadas para escuchar poesía. Sí, amigos. Estas cosas también suceden. Al frente, Elvira Sastre. De fondo, un grupo de almas vibrando con otro tipo de magia, la de unas palabras y unos poemas que mueven, conmueven, remueven… Ese efecto que tiene la poesía declamada cuando se hace de verdad y desde el corazón.

Imagino que a algunos acudir a un evento de este tipo les debe parecer tan estrambótico como me resultaría a mí hacer cola durante horas para pillar uno de los agasajos de Aliexpress un mes de agosto en Arroyomolinos.

Otra muchedumbre curiosa que me está viniendo a la mente (y de la que yo formaba parte sin haberlo planeado) es la que había en la catedral de Santiago hace ya unos años. No sé qué fecha era, pero sí recuerdo que estábamos muchas personas allí congregadas para ver el botafumeiro. Lo que me dejó con la boca abierta fueron dos cosas: móviles sonando y siendo contestados al tiempo que el cura decía la misa y, más sorprendente todavía, las aclamaciones que la multitud profería cada vez que el incensiario se balanceaba de un lado al otro. Solo faltaba aplaudir y vitorear, como los trabajadores de Aliexpress al recibir a su primer cliente.

Me gusta estar sola. Me gusta estar en pequeños grupos. Me gusta, de vez en cuando, estar entre grandes masas de gente cuando el reclamo es atractivo e interesante, aunque ese interés sea tan subjetivo como la manera que cada uno tenemos de entender la vida, una vida tan ancha que cabemos todos: Amazon, Aliexpress, el deporte y la poesía.

 

 

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