¿Quieres escucharlo?
Observo esta inquietante imagen y no puedo despegar la vista de ella. No me gusta especialmente, pero me atrapa. Me atrapa, sobre todo, la idea. La idea de ser observado o de verte reflejado en una mirada.
Todos nos hemos sentido alguna vez observados y, cuando nos hemos dado la vuelta, hemos comprobado que no había nadie o que, si estamos rodeados de gente, cada uno va a lo suyo. No podemos encontrar ninguna mirada puesta en nuestro rostro, en nuestro cuerpo, no hay ojos que nos observen, pero no podemos desprendernos de esa sensación que no sabemos de dónde procede.
Jennifer Allnutt, una joven australiana, encontró durante su residencia artística en Queenstown (Tasmania) unas piedras inusuales sobre las que empezó a pintar penetrantes e hiperrealistas miradas que luego volvía a dejar en el paraje, para que «fueran encontradas o se perdieran para siempre», según cuenta en una entrevista.
Al ser una ciudad con larga tradición minera, no le fue difícil encontrar rocas raras por doquier. Y lo que comenzó como una colección para ella misma, acabó convirtiéndose en «una caza del tesoro y un proyecto de arte comunitario».
Para muchos, esto es siniestro, inquietante (yo me adscribo a lo segundo). Para otros, algo fascinante. Tanto si resulta lo uno como lo otro, creo que lo que provocan esas piedras con ojos es una especie de revoltijo en el estómago.
¿Uno se siente violentado cuando es observado por un gran ojo que parece que ve en tu interior hasta donde uno mismo prefiere no mirar? ¿O es la simple presencia de ese ojo estático y vivo al mismo tiempo en medio de la naturaleza lo que puede llegar a perturbar, a acelerar el paso sin atrevernos a mirar atrás? ¿Da miedo enfrentarse a esa mirada porque te recuerda cosas, personas, vivencias? ¿Puede llegar a emocionar?
Reconozco que me he sumergido durante un buen rato en esta y otras imágenes de la artista y aún no sé muy bien por qué me produce fascinación y espanto a la vez. Quizá sea porque me gustan las piedras tal y como son, y las miradas tal y como son. Quizá sea porque no me gusta saberme observada. Quizá sea porque me gusta mucho observar. Quizá sea porque no sé qué haría si una mañana de finales de verano, en un recodo del camino, me encontrara con un ojo, unos ojos que desde una piedra podrían llegar a decirme más cosas que mi propia mirada.
Ya lo dijo el pintor Paul Klee: «El arte no reproduce lo visible: lo hace visible».
… inquietante y delicioso. ¡Qué bueno que hagas visibles tus palabras cada semana!