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Fotohistorias: Tumbas

Foto: Granada Hoy

 

Hay gente que necesita llamar la atención. Está claro que Antonio era todo un personaje y su tumba está a la altura: estrambótica, peculiar y llamativa. Quizá a partir de ahora, el pequeño cementerio de Pinos Puente en Granada se convierta en lugar de peregrinación, en un punto de interés turístico, como quien, cuando va de viaje, dedica unas horas a visitar el cementerio de St. Andrews en Escocia, el Père Lachaise en París, el Nacional de Arlington en Virginia en EEUU o el Okunoin en Japón.

La información habla de que es el mausoleo más «cani». Hacía mucho que no me encontraba esta expresión que, ciertamente, se acopla a la perfección a Antonio, conocido como Antonio El Tonto (el mote no es insultante, ya que así está grabado su nombre en el mármol). «Cani», para aquellos de vosotros que no lo sepáis (estas cosas hay que ir aclarándolas según se van cumpliendo años), quiere decir «tipo de personaje urbano que se da (o daba) en España, durante los años 90 y 2000, y que generó toda una subcultura alternativa. Se caracterizaba por su comportamiento superficial, con muy baja educación y cultura, con una elevada agresividad y con tendencia a cometer delitos o provocar enfrentamientos, y su manera de vestir, casi siempre ataviado con pantalones de chándal, gorra y adornos de oro», según Wiktionary. Vamos, lo que se dice un macarra.

Antonio se había especializado en el asalto de camiones. Sus robos más sonados fueron el de un camión de El Corte Inglés lleno de perfumes, valorado en más de un millón y medio de euros, y el de otro camión cargado de ordenadores, en Francia, valorados en un millón de euros. Además, abrió en Granada dos tiendas dedicadas a la venta de marihuana, «un negocio en el que fue pionero en Granada», dice la noticia de Público.

Su familia quiso honrarlo y recordarlo con un conjunto escultórico en bronce donde se retrata al propio Antonio con un plúmax Moncler (que cuesta unos 850 euros), una camiseta negra bajo la que asoma una cadena de oro, vaqueros y unas zapatillas blancas también Moncler (350 euros). En la mano derecha luce una pulsera de Versace (unos 450 euros) y un anillo de tres diamantes y en la izquierda, un Rolex Yacht-Master de oro amarillo (42.000 euros) y un móvil. Además, a su lado, hay otros dos móviles, un bolso Gucci (800 euros), un paquete de Marlboro y un mechero.

Pongo las cantidades porque tanto esfuerzo y dedicación por parte de la familia debe tener su recompensa, e imagino que a Antonio le habría gustado que habláramos de esto, al fin y al cabo, era su manera de presentarse al mundo. No vamos a juzgar ahora cómo lo obtenía porque lo que nos interesa resaltar es que la familia no se debió quedar conforme con semejante homenaje y al cabo de un tiempo añadió otro elemento a su tumba: una réplica a tamaño natural en aluminio del todoterreno Audi Q5, uno de los automóviles que más utilizaba.

Lo que en realidad pretendían sus familiares era una réplica de un Ferrari California, que Antonio debió manejar en sus mejores años de carrera delictiva, pero por algún motivo que se nos escapa optaron finalmente por el Audi, no fuera, quizá, que se los tachara de exagerados.

A mí esta tumba me recuerda a las tartas de cumpleaños personalizadas que se han puesto de moda en los últimos años. Lo de dentro no suele estar muy bueno, pero lo de fuera, la decoración, suele ser espectacular. Con esto no quiero hacen ninguna comparación macabra, que conste.

Aún tengo el recuerdo de los cementerios japoneses, abiertos, sencillos, integrados en la naturaleza… Por eso, me imagino que visitar la tumba de Antonio debe ser como una parada en una especie de parque temático. Sin embargo, estoy segura de que si el Cani la puede ver desde donde se encuentre estará francamente encantado.

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