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Nubes

El inconveniente de estar mirando siempre las nubes es que a veces pisas una mierda de perro sin darte cuenta. El suelo se convierte en un elemento extraño y pasan cosas como que te chocas con alguien (incluso con una farola), metes el pie en un alcorque, te pierdes la belleza de una acera adoquinada o resbalas si el suelo está húmedo.

Es lo que tiene poner la vista en el cielo, que la tierra reclama tu atención y pide que no la olvides, al fin y al cabo, es la que nos sujeta y sostiene, pero no es fácil a veces, sobre todo cuando vives en un sitio como el mío, donde las nubes ofrecen un espectáculo diario al que difícilmente te puedes sustraer.

Un amigo que conoce mi debilidad me contó el otro día que la Organización Meteorológica Mundial (OMM) creó hace unos años un Atlas Internacional de Nubes, que contiene cientos de imágenes enviadas por meteorólogos, fotógrafos y amantes de las nubes de todo el mundo.

—Anímate —me dijo, sabiendo que tengo centenares de fotos de nubes.

—Ya, pero es que esas nubes son mías —contesté.

—¿Cómo que son tuyas? Son de todo el mundo, todos las podemos mirar.

—Sí, pero solo yo las miro como las miro.

—Chica, cómo te pones. Eso no lo digas por ahí que vas a quedar como una pedante.

—Vaya… No es pedantería, es que cada uno tiene su propio mirar y no sé si le iba a interesar a nadie una foto de una nube que igual no es espectacular, pero es significativa para mí.

—Como tú digas.

A pesar de que mi amigo parecía contrariado, me informó de que el Atlas ha incluido nuevas categorías de nubes, como volutus, que es una nube enrollada, o contrails, nubes generadas por las actividades humanas, como el rastro de vapor que dejan en ocasiones los aviones.

—Y asperitas.

—¿Asperitas? —exclamé.

Mi amigo, contento por haber vuelto a suscitar en mí el interés, me explicó que son nubes onduladas que suelen captar la imaginación del público.

—Como tú, vaya.

—Uhmmm.

—En latín significa «aspereza» y es una formación que se asemeja a la superficie rugosa del mar vista, desde abajo.

—Ahh —dije, un poco picada porque mi amigo supiera tanto de nubes.

—Leí en el artículo que las nubes son uno de los fenómenos naturales que más han inspirado el pensamiento científico y la reflexión artística.  Aristóteles ya las estudió y escribió un tratado en el que habla de su papel en el ciclo hidrológico.

—Ahh —insistí.

—Puedes consultar el Atlas en internet si quieres.

 

Asperitas

No sabía si quería. A veces las fotografías de nubes son espectaculares, pero precisamente por eso no me suele gustar demasiado mirarlas, porque son demasiado espectaculares. No tengo ni idea de tratamiento de imágenes, pero me da la sensación de que están retocadas y a mí las nubes me gustan al natural. Y no hace falta que sean excepcionales, me vale cualquier nube que me diga algo. Y a mí las nubes me dicen muchas cosas, esa es la verdad.

Nunca había escuchado la palabra «asperita», pero me pareció que el nombre le iba muy bien a una nube. Yo me había quedado con lo estudiado en el colegio: cirros, cúmulos y estratos. Y los nimbos, que son esas nubes grises, bajas y grandes, que traen lluvia, nieve o granizo.

Cuando llegué a casa no pude resistirme y entré en el Atlas Internacional de Nubes. Descubrí cosas nuevas. Más bien palabras nuevas para nombrar algo que yo ya conocía. Lo que pasa es que las palabras son importantes y a veces envuelven los conceptos como si fueran para regalo.

Leí que hay ¿nuevas? especies de nubes: volutus o nube enrollada que se forma en el seno de los géneros altocumulus y stratocumulus y describe una masa nubosa en forma de tubo horizontal, alargada y baja que parece enrollarse en un eje horizontal; cauda, conocida como «nube de cola», fluctus, murus y flumen. De estas últimas, el Atlas dice que es «una nueva nube accesoria».

«¡¡Una nube accesoria!! —pensé—. A esta gente se le ha ido la cabeza con tanto concepto y tanto nombre. ¿Cómo puede ser accesoria una nube que se conoce como «cola de castor»?».

Antes de apagar el ordenador pude ver que el Atlas proponía cinco nuevas «nubes especiales». Me hicieron gracia los nombres: cataractagenitus, flammagenitus, homogenitus, silvagenitus y homomutatus. El sufijo -genitus indica que hay factores que generan la formación o el crecimiento de nubes, mientras que -mutatus se añade cuando esos factores hacen que la nube mute a una forma distinta.

Un poco mareada, em asomé a la terraza. El día había amanecido soleado y con ese cielo azul que a tanta gente le apasiona y que a mí me provoca un punto de ansiedad porque hay demasiado azul y no hay por dónde agarrarlo.

Pero a esas horas de la tarde habían empezado a aparecer algunas nubes. Eran nubes gordas, como yo las llamo. Sonreí al imaginarme qué pensarían de mí los expertos que han realizado el Atlas. Eran nubes gordas y mullidas. Muchas veces me he visto allí arriba, subida a una de ellas con las piernas colgando mientras con la mano voy rozando a otras que pasan cerca.

Esas dos nubes que se acercaban despacio parecían dos enormes y plácidas ballenas. Me apoyé en la barandilla y las estuve observando. Cuando se acercaron a mí ya no eran dos ballenas, habían perdido la forma para convertirse, simplemente, en dos masas blancas y esponjosas, como las de ese artista holandés que se dedica a crear nubes en el interior de algunos espacios generando ambientes húmedos, usando vapor y máquinas de humo para crear algo lo más parecido a una nube real.

Las fotografías de estas nubes inventadas son realmente atractivas y la filosofía del artista de no crear arte para la eternidad, sino de formular tiempos y espacios únicos donde suceden cosas inesperadas me gusta bastante.

 

 Instalación del artista holandés Berndnaut Smilde

 

Aun así, me quedo con las nubes de verdad, esas que a veces nos ofrecen formas y colores increíbles y otras pasean por el espacio discretas, sin llamar la atención, tan sencillas como esas dos masas blancas que a medida que se aproximaban a mi terraza se volvían más ingrávidas y misteriosas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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