Los puntos suspensivos se llaman así, evidentemente, porque dejan algo en suspenso. Se aplican, sobre todo, a los discursos, pero qué mejor discurso que la propia vida. En los días raros, los puntos suspensivos no me pueden parecer más adecuados.
Uno está en su casa, en su retiro particular, y los días dejan de tener nombres para convertirse en un fluido del tiempo que discurre de una manera diferente y peculiar a la que nos vamos acostumbrando. No importa tanto qué sucederá mañana ni al día siguiente. El verano está lejos, también los cumpleaños y los proyectos. Sin darnos cuenta, los puntos suspensivos aparecen como flotando en la atmósfera de la habitación cuando decae la tarde.
Me los imagino gordos y blanditos, esbozando su propio baile y sugiriéndome de forma amable que observe los espacios que hay entre ellos y entre ellos y las paredes de la habitación, por ejemplo. Y en ese tiempo donde uno observa cosas que antes no observaba o le pasaban desapercibidas, sucede que el tiempo y el espacio, esas magnitudes que tanto nos gusta separar, se funden en un solo pálpito que permanece así, en suspenso.
Veamos. Los puntos suspensivos se pueden aplicar a muchas cosas. Son muy versátiles.
Sirven para indicar una pausa transitoria que expresa duda, temor, vacilación o suspense… (permitidme que los use yo también en este pequeño discurso). ¿Quién no ha sentido miedo en los días raros? ¿Quién no ha tenido pensamientos de duda o de incertidumbre? ¿Quién no ha pensado en el futuro y del propio miedo se ha quedado a medidas y ha preferido acabar la frase con unos puntos suspensivos como si estos fueran capaces de cerrar y no cerrar al mismo tiempo una idea, una frase o un pensamiento?
Hay que tener valor para poner un punto final y a veces es tentador optar por unos puntos suspensivos que de por sí no significan nada, pero reconfortan porque la frase no se queda a medias sin más. Cortar una frase o un pensamiento o un escrito o un discurso a la mitad puede resultar verdaderamente abrupto y ser indicativo de que lo que debería seguir es algo fuerte, demasiado fuerte, quizá.
Pues bien, cuando pasa esto, podemos coger los puntos suspensivos, plantarlos en ese momento de pánico y la frase, el pensamiento, el escrito o el discurso se queda más apañado.
Además, los puntos suspensivos son provocadores porque te invitan a abrir una puerta para que tú te atrevas a asomarte y ver qué hay detrás.
Solo los valientes o los inconscientes tienen el arrojo de recoger el guante y lanzarse a completar esa frase, ese pensamiento, ese escrito o ese discurso interrumpido que otro ha dejado a la mitad como flotando en un mar de dudas o vacilación, tal vez cobardía.
Conozco a gente así. Gente motivada que coge con brío los puntos suspensivos ajenos sin ningún miramiento y los tira a la basura o los lanza por el aire para terminar eso que había quedado en suspenso.
Cuando esto sucede, pueden ocurrir varias cosas. Puede pasar que la frase, pensamiento o discurso resultante tenga cierto sentido. Si el valiente que se atreve a completar lo que ha quedado en suspenso tiene cierta empatía y capta lo que el otro quería decir, se obtiene algo razonable que el emisor podría apropiarse tranquilamente sin levantar sospechas y hacer pasar por suyo.
Pongamos, por ejemplo, que uno de estos emisores aterrorizados, paralizados o despistados dice algo así como: «No sé qué voy a hacer mañana, con la que está cayendo…». Y entonces el que coge los puntos suspensivos completa decidido: «No sé qué voy a hacer mañana, con la que está cayendo, pero ya se me ocurrirá algo». Y, oye, pues ahí está una frase bien cerrada, hasta con su espíritu positivo y todo.
Pero también pueden ocurrir cosas divertidas. Uno dice: «Quería comprarme una moto, pero ahora mismo…». Si el que acepta el reto es un valiente o un loco o simplemente no tiene otra cosa que hacer, pueden resultar cosas como estas: «Quería comprarme una moto, pero ahora mismo lo que más me apetece es comerte a besos» o «Quería comprarme una moto, pero ahora mismo estoy ocupado haciendo un puzle» o «Quería comprarme una moto, pero ahora mismo me pica la planta del pie» y así hasta el infinito. Os invito, queridos lectores, a que os atreváis a completar los suspensivos propios o ajenos con lo que se os ocurra hasta que salga algo disparatado, peculiar, estrambótico, incluso. Sin pensar mucho y sin miramientos.
Otra derivada sucede cuando ese alguien que ha cogido lo puntos suspensivos de otro los lanza al aire en un arrebato para deshacerse de ellos, porque en ese trance impulsivo los puntos suspensivos, sometidos al estrés de separarse (recordad que los puntos suspensivos son un solo signo no tres puntos independientes puestos uno detrás de otro) empiezan a comportarse de forma extraña y en su obstinado intento de no quedarse flotando para siempre en el eterno cosmos (o lo que es peor: ¡juntarse con una coma para hacer un punto y coma, ese alien extraño al que casi nadie comprende!) se lanzan desbocados a caer en cualquier sitio. A veces, tienen tanta puntería que ese punto solitario y escindido se planta en el mismo lugar que antes ocupaba con sus hermanos y lo que había comenzado siendo: «Te invito a un café…» y que podría dar lugar a otro tipo de invitación más sugerente, se convierte en algo más seco y soso que no deja resquicio para la imaginación. Si alguien te dice: «Te invito a un café» ya no da pie a mucho más que a un rato de conversación que podría resultar hasta aburrida.
Hay emisores que emplean los puntos suspensivos no porque sean cobardes, sino para jugar y ver de qué manera otro completa su frase; aunque también los hay vagos que no quieren esforzarse en buscar la palabra adecuada y dejan que sea otro quien haga ese esfuerzo, a riesgo de que lo que resulte finalmente sea una frase o un discurso absurdo o disparatado.
En fin. Los puntos suspensivos tienen su propia vida. Cuando alguien se deshace de ellos porque no los quiere o cuando alguien los roba porque se ha quedado sin ellos de tanto usarlos, los puntos suspensivos sufren, más aún cuando son obligados a separarse. Acostumbrados a estar los tres juntos, a veces, desesperados, se unen a otros signos, como la coma; incluso en un arrebato de rabia o de locura pueden ponerse violentos y dar una patada a otro punto para ocupar su lugar. Me refiero a esos puntos solitarios separados de su unidad de puntos suspensivos que desde el aire detectan un signo de admiración o de interrogación y se lanzan en picado para eliminar a ese punto que forma parte del interrogante o la admiración y no paran hasta ocupar ese nuevo lugar.
Durante un tiempo echan de menos a sus puntos hermanos (¿quién sabe dónde habrán acabado?), pero con el tiempo terminan instalados cómodamente en ese nuevo signo que da un sentido diferente a su vida.
No hacen ascos tampoco a los dos puntos y, antes que terminar disolviéndose en la nada en soledad, están dispuestos a acoplarse ahí también, porque hay algo que el punto suspensivo que se ha quedado huérfano no se atreverá nunca a hacer: suplantar a un punto independiente que desde siempre ha sido y será así. No hay bromas con los puntos, sobre todo con los puntos finales.
Sin embargo, mientras pueden, los puntos suspensivos tratan de mantenerse unidos, puesto que está visto que en estos días raros están muy demandados y son muy utilizados porque, efectivamente, hay momentos en que es mejor dejarlo todo así, en suspensión… Hasta que llegue el día en que vayan entrando otra vez los puntos y las comas.
Siempre me gustó la apertura de mente de los puntos suspensivos, por su reflexiva duda existencial, su ausencia de certezas inatacables, su delicado trazo, su…
¡Qué merecido reconocimiento estos filósofos de la puntuación!
Querida Elena,
Admiro tu disciplina en una época de grave caída para todos. Tus escritos me han llenado muchos momentos del día. Gracias, de verdad. Con tu ejemplo nos animas a continuar escribiendo.
Querido Joaquín:
No sabes la alegría que me da que me hagas este comentario. Por poder acompañarte de alguna manera y por saber que estás al otro lado.
Un abrazo
Me encanta este texto. He pasado un buen rato leyéndolo.