Hay un señor muy turbador y que cada vez me intranquiliza más: Bill Gates.
Bill —vamos a llamarlo así para hacerlo más asequible— tiene la solución a muchos problemas. Nada lo asusta, nada lo detiene. A pesar de que ahora mismo estoy escribiendo en su procesador de textos, Bill tiene la mirada muy ancha y la cosa de los ordenadores se le quedó pequeña hace tiempo. No vamos a hablar aquí de sus partes más oscuras (al fin y al cabo, todos las tenemos), pero sí de una parte que no creo que a nadie deje indiferente.
Bill está preocupado por el calentamiento global y tiene la solución perfecta: tapar el Sol. ¿Cómo? Con un escudo artificial para «desviar» los rayos y enfriar el planeta. Como Bill tiene mucho dinero, está pagando de su bolsillo un proyecto de geoingeniería que están desarrollando científicos de Harvard con el objetivo de lanzar a la atmósfera toneladas de polvo de carbonato de calcio no tóxico para atenuar la luz solar que llega a la Tierra y hacer que rebote en otra dirección y reducir así los efectos del calentamiento global.
Todo lo relacionado con Bill es impactante. El nombre de este proyecto no podía ser menos: experimento de perturbación controlada estratosférica. No puede uno no detenerse en esas palabras y regodearse en ellas una y otra vez. Perturbación estratosférica. Perturbación estratosférica. Perturbación estratosférica.
Pero basta ya. No todas las ideas de Bill son geniales; de hecho, a pesar del fervor de los científicos de Harvard, otros expertos dudan de la viabilidad de esa idea y de los beneficios del proyecto, y plantean que esa solución de carbonato de calcio podría tener efectos totalmente impredecibles e incluso dañinos para la Tierra.
Bill nos tranquiliza y dice que no hay problema. Que, una vez que se reviertan los cambios del calentamiento global, se eliminarían las partículas para permitir que los rayos del Sol vuelvan a entrar en la superficie de la Tierra de manera habitual. Cuando uno es un filántropo es así, generoso y optimista. Se ha elegido la ciudad sueca de Kiruna para hacer los primeros experimentos el próximo mes de junio. Lanzarán un globo a veinte kilómetros de altura para ver qué pasa.
Siempre me imagino los grandes proyectos científicos rodeados de un aura de sofisticación y avanzada tecnología, por eso no deja de hacerme cierta gracia eso de los globos. La ciencia es así, compleja y simple al mismo tiempo.
También me hizo sonreír el otro día una noticia sobre agujeros negros (algunos de vosotros ya sabéis que me atraen mucho) que hablaba sobre la fusión de dos agujeros negros de masas diferentes. Hasta ahora se sabía que se fusionaban agujeros de masas similares. Además de la masa, en esta fusión está involucrado otro elemento, que es el giro. Como todo ello escapa al entendimiento general, vamos a apoyarnos en la imagen que el astrofísico de ondas gravitacionales Christopher Berry nos regala para que comprendamos el asunto de la fusión de estos agujeros. Teniendo en cuenta las magnitudes de ambos agujeros, Berry hizo una simulación práctica con dos galletas Oreo: una galleta Oreo normal y otra galleta Oreo Mega Stuff. ¡Dos galletas Oreo! Es maravilloso.
Así que ya tenemos un globo soltando carbonato de calcio para que los rayos del Sol reboten y dos galletas Oreo simulando la fusión de dos agujeros negros.
Volvamos a Bill, que es incombustible. Ahora que apenas nos podemos tocar, Microsoft ha desarrollado una herramienta llamada Mesh, una plataforma de «realidad mixta» que permite encuentros holográficos. Entre otros muchos, George Lucas ya nos lo enseñó en La guerra de las galaxias. Ahora es una realidad, mixta, eso sí. Parece que te ves. Parece que te tocas. Parece que te hueles. Algunos seguro que están encantados con la idea de crearse un avatar o de, más adelante, como dicen los desarrolladores de la idea, usar la «transportación por holograma» para proyectarse tal y como son.
Recojo algunas notas de estas informaciones en una libreta de color rosa pálido ligeramente metalizado con unos discretos dibujos del sakura que me regaló una persona querida. Mientras acaricio las tapas del cuaderno, estoy sentada bajo un cerezo en flor, en cuyo tronco suave y brillante apoyo la espalda. Hace sol y un aire fresco que mueve con delicadeza las flores nuevas. Todo huele a real. Todo es bello, elegante, sutil y armonioso. Luego me levanto y camino descalza por la hierba, que no pincha, sino que acaricia los pies con una textura suave y aterciopelada. Los pájaros cantan con discreción. Levanto la vista hacia las ramas floreadas y extiendo el brazo para recoger una que se deja caer hasta la palma de mi mano. Es como un copo de nieve rosa y blanco que me estremece la piel y hace que todo, en ese justo momento, tenga pleno sentido. El cuaderno está en blanco. Quién sabe de qué se llenará.
Y el Sol brilla, auténtico. No hay rastro de agujeros negros. Ni de globos. Ni de galletas Oreo. El aroma de las flores vibra cuando te acercas y rozo la piel de tu cuello. Una piel tibia, una piel que huele, una piel que siente.
No todo es siempre sencillo, pero, a veces (muchas veces), las cosas son así: simples, auténticas, humildes, afables. Reales. Como la misma flor de cerezo que hace ya casi tres años dio nombre a este blog donde no nos podemos ver ni tocar, pero nos encontramos.
¡Qué preciosa invocación a la vida! A la real, claro, la única que proporciona algún ratito de felicidad. Como leer cada viernes estas entradas, Elena.