Un día decidí quitarme los bordes y ver qué pasaba.
Si los fabricantes del pan de molde lo habían hecho ya hace muchos años y (oh, transgresión) habían triunfado, por qué no iba a suceder lo mismo conmigo.
Cuando me deshice de mis bordes, lo primero que experimenté fue un cierto mareo; vértigo, me atrevería a decir. Al desaparecer los contornos, todo era demasiado amplio y no había nada a lo que pudiera agarrarme. No había barandillas, no había dogmas. No había nada. Era como cuando de pequeña daba vueltas sobre mí misma sin ton ni son, por el mero hecho de girar y marearme; cuando paraba, no sabía nunca dónde estaba. Recuerdo que eso me gustaba y me disgustaba a partes iguales.
Vivir sin bordes, al principio, fue algo así. Luego vinieron otras muchas cosas sorprendentes. Las palabras, por ejemplo, al no disponer de límites ni de pared de contención, se dispersaban por todos los lados y en todas direcciones, como cuando en otoño un viento fuerte levanta las hojas caídas en un torbellino atolondrado.
Las palabras, ya sin bordes, llegaban a todo el mundo, no solo a los que estaban dentro del molde, lo que me trajo tantos disgustos como sorpresas agradables. Esto sucedió también en sentido inverso: al caerse las murallas me empezaron a llegar otros sonidos, otras voces para mí desconocidas que me revolvían a la par que me hacían respirar más ancho.
En esas circunstancias, poco a poco me fui haciendo más difusa, más esponjosa, más aérea y, por lo tanto, nada se anclaba en mí definitivamente. Las palabras de mi madre volaban por la cocina sin dejar poso, las noticias pesaban menos que la pluma de un gorrión y los ruidos de la calle se quedaban suspendidos en algún lugar desconocido del aire.
Cuando no hay barreras, todo se volatiliza, como si fueran los últimos sonidos del eco.
Sin embargo, vivir sin bordes tiene el peligro de que puedes llegar a desorientarte un poco, pero enseguida te acostumbras porque, aunque no haya contornos, siempre hay un centro.
Un personaje de la novela Los papeles de Tony Veitch, de William McIlvanney, decía que el centro no era más que la suma de los bordes. Me gustó la frase y el concepto, pero creo que está equivocado: cuando quitas los bordes, aparece la nada y ahí, en la nada, es cuando está al alcance de tu mano descubrir tu verdadero centro.
Últimamente todo va de bordes. Releo a Richard Ford. Dice en La última oportunidad: «Ya estaban bastante lejos de la ciudad, en el amplio tramo de la carretera. Era precisamente lo que Quinn quería evitar a toda costa, la periferia de las cosas que no se podían controlar. Eso significaba problemas. Había que mantenerse en el centro de las cosas». Bien, de acuerdo, pero, admitámoslo, no se puede controlar nada, ni con bordes ni sin bordes, aunque algunos crean que cuatro paredes sirven para ordenar las ideas y la vida.
Los bordes tienen la magia y el misterio que una línea contiene, la intriga de saber qué hay al otro lado, la tentación (y la tensión) de acercarte o alejarte demasiado. Me gustaba asomarme, pero había llegado un momento en que el borde se había hecho demasiado duro, demasiado arisco, como el del pan de molde cuando se seca.
El otro día publicaba la poeta Sofía Ugena-Sancho una foto muy bonita y unas palabras aún más bellas, certeras y sugerentes: «Constatar el borde. Y todo lo que en él hay de ofrenda».
Me tengo que rendir antes estas palabras. Ofrenda, ofrenda, ofrenda…, resuena una y otra vez en mi cabeza. Debo admitir que sí, que el borde contiene una ofrenda y reconozco que el paso de lo tangible a lo intangible también tiene algo de sagrado, de transmutación.
Os lo aconsejo. Probadlo. Pero hacedlo de golpe, quitaos, si tenéis valor o arrojo, todos los bordes a la vez, aunque solo sea por un rato. Dejad que la tripa se descomprima, se expanda, que el corazón lata a su ritmo generoso y holgado, que la mirada vague sin rumbo, que las palabras tracen su propio recorrido.
Ya veréis qué liberación.
William McIlvanney no estana equivocado puesto que su concepto del centro era existiendo los bordes, pero tu los has eliminado y en la nada disoluta el centro eres tu.